30.12.08

OJOS DE VIDRIO

no decirle a nadie una lágrima
no contarles cuanto pesa
cómo va cayendo y se incrusta en la boca
cómo va tiñendo todo de sabor agua salada

mostrarse implacable
no decir que duele algo
ni sentirse vulnerable

no pedir pañuelo
ni dejar correr el agua
vivir con la cara seca
y dos ojos como paraguas

PASAJE DE IDA

irme lejos y jamás regresar
olvidar de donde vengo
de donde soy.
las raíces
no hacen más
que molestar.
irme lejos
y librarme de esta tierra
que subida
hasta el inicio de mis piernas
sólo busca tentarme
y que retorne a ella.

irme para no volver
dejar de ir hacia atrás
no revolver el pasado
que hoy por hoy
sólo me hace recordar
cuán muerto se puede estar.

irme
que dejé de buscarte
sabiendo
que no te voy a encontrar.

aprendí a no hablar demás
aprendí a comerme las palabras
las caricias, los besos,
el amor...
y así, poder alimentarme un poco yo,
no morirme del hambre este
que retumba en todos los huesos.
aprendí
que es más efectivo
devolver los puños
las manos frías
que intentar enseñarle
a quien no busca más que un cuerpo
vacío, totalmente hueco;
para vaciarlo más
mientras lo manosea.

8.12.08

PLATO PRINCIPAL

Me despojo de mí,
me tapo entre vos,
me arropo en tus pies,
te beso la espalda
y retomo un camino
sin final, sin vuelta,
buscando poder regresar,
en otra piel que no es la mía,
queriendo ciertamente
que lo sea.

Volver al hogar
con las valijas llenas
de cualquier otra cosa
que no sea ropa sucia.
Repleta de frascos
y perfumes embotellados
que me recuerden
aromas vividos.
Y la vida sea
un seguir respirando
no sólo por inercia.

Recordar
al tocarme los labios
las letras faltantes
de los silencios entrecortados.
Que es rojo el amor
y la muerte también.
Que es carne
liberada al ser.

CÍRCULO VICIOSO

Si me pierdo, me busco... nada de dejarme sola dando vueltas por ahí, por dónde no me sé presente. Pareciera un precepto insulso, pero no; ¿cuántas veces perdimos de vista lo que estaba frente a frente?
Así perdida, extrañada de mí misma, busco encontrarme en las cosas que me rodean, en las cosas que elijo, que vivo, que lloro. Resulta paradójico que aún de esta manera vaya convirtiendo en más ajeno lo propio casi sin darme cuenta. Dejándome a un costado, lo que soy y lo que toco, me pongo bajo la lupa, me voy estudiando y finalmente concluyo en que no soy más que un error de cálculo.
Y la rutina nauseabunda que irrita en medio de la garganta, amenazando con escupir cualquier otra cosa que no sean palabras, es la única que me hace saborear el día. El día que no tiene otro verdadero nombre más que el anterior, que el ayer, y se borra a sí mismo con sólo nombrarse. Se escribe y se borra dejando la hoja marchita de un ramo de vidas, flores que fueron cortadas antes de tiempo, antes de envejecer solas, para mostrarlas perecer en una vitrina de vidriosos ojos que miran la belleza de poder decidir las muerte ajena. En esta flor arrancada, uno se vuelve igual a ella, termina siendo el mismo cadáver fragante que deja su rastro, sus colores, como lo hace un moretón al pasar de violeta a verde. Y se ofrece contento al suicidio.

Sólo me queda pensar que somos una gran herida infecciosa, abierta de par en par como las piernas de una mujer a punto de parir. Una herida que pide ser entera, consumarse viva o muerta, con el cuerpo vivo o muerto, pues da igual al final si el sol deja la huella de una inmensa oscuridad, si su vida no es más que una progresiva muerte y cae rendido antes los pies de quien combate.
¿Qué habrá más allá de lo que no se puede tocar? ¿Qué cosas me esperarán al pasar la página? Y si nunca me encuentro en alguna contratapa, mirándome de espaldas, surcida mi columbra vertebral al lomo de un libro o repartida en mil millones de palabras; sino, ¿qué? ¿Qué pasará si no soy más que el día, más que ese cadáver que dejo fallecer en el florero y que espera retomar su color original, el color de la tierra? Después de todo, ya dije que la luz no es vida si realmente no es más que su progresiva muerte.